Hubo una serie que hacía referencia a la abducción. En inglés era “Taken”, pero el castellano ridículo de las distribuidoras la bautizó en Latinoamérica como "Abducidos". También hay un corto muy divertido de Pixar que ilustra esta fantasía extraterrestre. El punto es que para explicarme a mi misma porqué abandoné el blog por casi veinte días se me representó este concepto.
Fui tomada por la adrenalina. Recaí una vez más en el estado desenfrenado que más me gusta y que más odio. Ese que me permite cumplir con todo y todos. Fueron días de exceso de trabajo, responsabilidades, eventos, charlas, fiestas escolares, madrugones tremendos y desvelos insoportables. Días que no me hacen bien pero que manejo de taquito porque son demasiado conocidos.
Pasaron dos cosas para que tomara conciencia; para que retornara a mis espacios elegidos. La primera es demasiado triste y no tiene sentido contarla acá.
Y la segunda es que con A. cumplimos 12 años de convivencia el 7 de noviembre. La pasamos genial durante el festejo y nos reelegimos una vez más después de una crisis sorteada vía amor y terapia de pareja. El punto es que en el medio del festejo, Aníbal me sorprendió con una serie de regalos que finalizaban con una carta que me invitaba a casarme con él. Sí. Leyeron bien y, aunque nunca creí que alguien fuera a pedirme matrimonio formalmente, me gustó y por supuesto dije que sí. Me di cuenta de que mi supuesta pose de chica anticursi puede flaquear ante propuestas matrimoniales.
Cuando terminamos de festejar, hablamos de la fecha y pensamos en que la primavera del año que viene podría ser viable. En realidad queremos casarnos para festejar y para que nuestros hijos festejen con nosotros. No queremos una fiesta en la que los novios se transformen en muñecos de torta. Odio esas fiestas. No entiendo cómo la gente no siente un poco de vergüenza ante tanto protagonismo. No entiendo al vals ni que tiren a los novios por el aire; no comprendo el tema meloso de la noche, ni que el novio se ponga un gorro brilloso de River para danzar al ritmo del fatídico carnaval carioca. No logro conectar con esas cosas.
Sí, en cambio, me parece que está bueno hacer una ceremonia (sin religiones de por medio) celebrando nuestro compromiso con una fiesta pequeña en la que se coma muy rico, se tome buen vino y se baile muuucho con música increíble. Eso es lo que queremos.
Ahora bien. Cualquiera que comparta mis delirios de Dieta Club diría “ahora tenés el objetivo perfecto para llegar a tu peso”. Sin embargo amigos y amigas hace exactamente veinte días que he sido abducida por lo dulce y lo salado (ni siquiera tengo preferencias entre uno u otro). No puedo parar de comer pensando en mi atuendo, en mi pelo, mi maquillaje, el futuro y en mi culo. Y no se me ocurre mejor cosa que hacerlo crecer aún más.
Será que la palabra “casamiento”o “señora” me dan miedo? Es cierto que en mi inconciente la adultez y las señoreces son directamente proporcionales a lo aburrido pero también sé que esas sentencias tienen que ser desterradas. Por otro lado, Aníbal es el hombre que puede descubrirme como nadie, es el que posee el modo perfecto para lidiar conmigo. Será que me asusta la firma ante la justicia? Lo digo y me dá piel de gallina. O será que en realidad fui abducida por mi inconciente? Eh????????
Nada
Hace 1 semana